Resucitamos momentos y personas; yo no tenía pelo en el pecho, papá estaba delgado, a Rafa se le veía el ombligo, escondíamos nuestras drogas, el pelo te rozaba la espalda, éramos punkys por llevar collares raros, y el contraste entre mar y montaña se igualaba.
Se llega a echar de menos perder todo el día leyendo un libro, llegar tarde a comuniones porque nos acostamos tarde y una hippie sin nombre no para de cantarnos, ser uno mismo, ni raro ni normal, no preocuparse por lo que piensen los demás, porque los demás no piensan-porque no los podemos oír-porque no los queremos oír-porque ni siquiera existen.
Pero todo ese aislamiento que cultivamos, pasa factura.
De alguna forma extraña.